jueves, 22 de enero de 2009

Durante

Gemidos ahogados
de vecinos
prueban un cielo
nunca tan próximo
y vos en Rosario.

Quien dice que el aire
que exhalamos no
vale
faltó a la clase
en que mostraban
tus labios.

Mil adoquines
en mi espalda
prometen pensar
en vos
hasta que el sonido
de nosotros
en nosotros
sea nota única.

Nuestra milésima
mirada
es la intuición
de aquella
primer noche
en que nuestras
mentes en blanco
solo pensaron,
perfecto.

martes, 6 de enero de 2009

Minimo

Pocas veces me sentí tan nulo. Mínimo. Mientras escapaba de ahí esquivando cucarachas que bloqueaban el paso. Pobre pena alojada en el alma. Gotas que caen por la pileta, socavando. Es lo único que escucho. Me sigo alejando. Guardo cosas en la mochila sin distinguir. Abrí la agenda sin sentido, aparece el rezo a San Expedito. ¿Sirve para algo rezar? Antes, quizás. De abajo llega un sonido estridente, el silencio, la indiferencia atroz. El espejo es mentiroso, distorsiona la idea, igual que ellos. Respirar es fácil, quererlo no tanto. Me quiero ir. Desaparecer si es posible. Pero como pesan mis pies, los arrastro...y respiro. Yo sé que puedo.
Me enseñaron que está mal, pero que lindo que es odiar. No me gusta, pero es la única manera de aliviar mis pasos. Aún así tropiezo con mi sombra errante, pero el odio me levanta, inflo el pecho y sigo camino. Ya bajé las escaleras, mi orgullo está en eso.
Estoy llegando a la puerta, no levantes la mirada. Sé que está ahí, indiferente. Me choca. Otra vez me vuelvo nulo. Mínimo. Los golpes practicados fueron huecos, ojalá algún día le duelan. ¿O no es humano? Se dirige a mí como si nada, lujos se dan algunos. En mi garganta se estacionan mil y un gritos, preocupados, el espacio escasea. El tiempo es impiadoso con quienes lo contemplan, implacable con quienes lo evitan. Es asfixiante ser.
Ya traspasé el umbral, vuelvo en sí. El sol y el aire invernal me abrazan con dulzura. Voy a estar bien. Puede ser. Solo quiero que el espejo no vuelva a mostrarme su imagen. Dios juega a los dados con los hombres. Algún día va a perder, lástima que nos va a arrastrar a todos.
Cruzar la calle a veces es la medida de los hombres inconclusos. Pasos cortos, largos, como buscando atropellar los autos, esa furia taliban que nubla las venas más azules. La distancia me abraza mientras me acerco a la lejanía, me robustece, ya no puedo pasar por debajo de las puertas, vuelvo a las manijas.
Odio(de vuelta) tener que hacer estas cosas. Pero cumplo. En este lugar te cobran, por guardarte plata, por devolverla, por no perderla. Cuando estoy cansado pienso en su bóveda, deben tener un colchón enorme, creo. Me pongo en la fila, miro para abajo, no estoy con don de gentes. Ya casi. Como un reloj atómico, más preciso que la palabra preciso, llega una mujer embarazada...Niño no salgas! Se alarga la espera. Mi turno. Hola, quiero pagar esta factura(por un servicio que jamás contraté, pero seguramente permitió que el vendedor telefónico, quien me lo habilitó sin mi consentimiento, haya podido agrandar el combo, cual manjar, de su hijo de 6 años). El cajero agarra los billetes sin mirar, los cuenta como si su vida dependiera de ello, la mía también.
Vuelo sobre mis pasos, como retomando el rastro que me lleva a la cercanía, me olvido de las llaves, ya sé como hacer mi entrada.